Manuel Vázquez Montalbán

MÉXICO

Texto y selección de contenidos: Sergio García

Un vínculo estrecho con México

Manuel Vázquez Montalbán tuvo un estrecho vínculo con México a lo largo de su vida, país que visitó de manera intermitente entre 1973 y 2001. La cultura y la realidad mexicana aparecen en su obra como una parte más de su educación sentimental y a partir de 1994 fue uno de los principales intelectuales europeos que apoyaron el movimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Asimismo, fue colaborador en diversas publicaciones periódicas mexicanas, entre las que destaca el diario La Jornada (1997-2003).

Selección de textos

Chiapas
Chiapas

«Atención a Chiapas. […] La matanza de indígenas a cargo de matarifes paragubernamentales ha justificado el avance del Ejército y una operación de acoso a los zapatistas, ese molesto ruido revolucionario que se interpuso en el mensaje fin de historia perpetrado por el expresidente Salinas y Estados Unidos. Atención a Chiapas porque allí se está jugando el sentido ético de este fin de milenio, como un referente simbólico, como un imaginario, si se quiere, de la esperanza como virtud LAICA» (transcripción de: Manuel Vázquez Montalbán, «Chiapas», El País, 12 de enero de 1998)

Carta del subcomandante insurgente Marcos a Vázquez Montalbán, diciembre de 1997

Entrevista de Vázquez Montalbán a Marcos. La Jornada, 16 de febrero de 2006


Marcos: El señor de los espejos

«De vuelta a La Realidad emerjo de mi cabaña para comprobar que ha llovido lo suficiente como para elevar vapores tenues de la tierra acalorada y de pronto los vapores se disuelven para que avance desde la más inmediata lejanía un capitán zapatista con su pasamontañas y dos caballos que dependen de una mano tranquila y un caminar de crepúsculo. Me entero pronto de que uno de los caballos es para Guiomar Rovira, otro para mí que jamás monté a caballo y lo nota el capitán, como lo nota el caballo que me mira reservón, para regalarme luego la condición de Indiana Jones, caminos arriba, laderas abajo, a través del riachuelo, perseguidos por un largo tramo por un perro mejor alimentado y por ello más osado, que ha olido los chorizos. Tiro de las riendas cuando no es preciso o las suelto cuando no debiera y el capitán me corrige las ignorancias mientras Guiomar filma y no tengo tiempo para decirle que no lo haga. Todo mi tiempo me lo gasto en calcular cuánto tiempo falta para que termine esta absurda manera de tentar a la ley de la gravedad, sin recordar que estoy entre gentes que han desafiado la ley de la gravedad, como Marcos comentará en un texto más poético que teórico. De pronto un claro de la foresta, Marcos con su pasamontaña y una mujer con el suyo, Mariana, mi compañera, presenta, no le saquéis fotografías, ni la describáis, por favor. Mariana asistirá a mi erróneo proceder de bajar del caballo con la pierna no debida, lo que motivará que Marcos haga de palafrenero hasta el extremo de casi parar mi caída y la mujer enmascarada continuará sonriendo tras la celosía a la entrega de chorizos, turrones y del libro con la sorna enmascarada y el mismo sentido del humor con el que Marcos asumo que es el Dr. Livingstone y yo Stanley» (Manuel Vázquez Montalbán, Marcos: El señor de los espejos, 1999).

«¿Qué impresión me llevo de Marcos? Me parece un compañero de Universidad casi veinte años más joven que yo y veinte años más joven que la izquierda residual de la que yo trato de salir como si fuera un pantano viscoso» (Manuel Vázquez Montalbán, Marcos: El señor de los espejos, 1999).


El espejo y la màscara

«En marzo de 2001, Vázquez Montalbán regresó a México como uno de los muchos intelectuales extranjeros que acogieron la llegada a la capital del país de la Marcha de la Dignidad Indígena, realizada por el EZLN. El escritor, además de en otros actos, participó en el Encuentro Intercultural, celebrado el 12 de marzo, en la Villa Olímpica de Ciudad de México, donde pronunció las siguientes palabras al final de su intervención: «El movimiento zapatista mostró, además, para qué sirven los espejos y para qué sirven las máscaras. Los espejos, para abandonar los espejos trucados, que el poder había colocado para engañar o auto engañar, y ofrecer la realidad desnuda de las situaciones sociales tal como estaban. La máscara servía curiosamente para ser vistos. Hasta que este movimiento no puso máscaras en los indígenas no fueron vistos, eran los invisibles explotados. Cuando se pusieron máscaras, fueron vistos y, además, ayudaron a descubrir que el propio poder, económico, político y cultural, llevaba sus propias máscaras. Ante todas estas cuestiones, valorando que estamos en presencia de un movimiento que ha dado comienzo a la cultura de la resistencia del s. XXI, yo ya tengo respuesta a la pregunta que han hecho los cooperantes, a los muchachos y muchachas que han venido a contemplar de cerca qué significa el zapatismo. Ya tengo la respuesta: los extranjeros hemos venido a México a aprender» (Ramón Lopes, El espejo y la máscara. Textos anexos al documental México Ida y Vuelta, Madrid, Ediciones Caracol, 2004, p. 136).

En la Marcha de la Dignidad Indígena, que partió de San Cristóbal de las Casas en febrero de 2001, también estuvo presente Daniel Vázquez Sallés, hijo de Vázquez Montalbán, como periodista. En su libro Recuerdos sin retorno (2013), narró alguno de aquellos momentos compartidos con su padre: «Recuerdo la mañana de nuestro encuentro en un esta- dio de México D. F. Jamás borraré esa sonrisa tuya, se- guida de una frase escueta pero suficiente: “Veo que estás bien”. Yo había recorrido tres mil kilómetros como miembro sin graduación del «zapatour», la movilización encabezada por veintitrés comandantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el “subcomandante” Marcos. Y a pesar del esfuerzo no exento de peligros, en los que incluyo las amenazas de los paramilitares, mordidas diversas y una venganza de Moctezuma hartamente dolorosa, no llegué a entregarme a los brazos del Sub, posiblemente por la incapacidad de generar en mi organismo las endorfinas de idealismo. Si alguna vez llegué a creer en algo, ya no me acuerdo, y nunca logré ver a Marcos como un faro ideológico. […] Cuando el domingo terminamos la caravana en un Zócalo convertido en un caos con toques cantinfleros, me fui al hotel en que te hospedabas. Cuando llegué, estabas comiendo con Saramago, Pilar, Serrat, Cande- la, Sabina. Me invitasteis a que me sentara a la mesa, pero estaba agotado y me fui a dormir. Por la noche y ante nuestra incapacidad para conciliar el sueño, tú por el jet lag, yo por la comodidad de la cama, empezamos a conversar sobre el viaje y recuerdo que te conté́ con tristeza la experiencia vivida durante la caravana con los comunistas italianos integrados en el movimiento TuttiBianchi. […] El peso que, poco a poco, está ganando la sociedad civil moderna volvió́ a germinar tras muchos años perdida en el limbo durante aquellas cuatro semanas en la que recorrimos México siguiendo los pasos del subcomandante Marcos. Si fuimos turistas revolucionarios, o revolucionarios, o turistas, o viajeros, o pendejos, o ingenuos, o superficiales jugadores de un juego de rol para niños bien, tiene una importancia relativa».

«Don Vázquez Montalbán no era nuestro amigo, era nuestro compañero. «Compañero de viaje», dijo él en uno de sus escritos. «Compañero así nomás», dijimos y decimos nosotros. No sé si eso sea más o menos para él o para ustedes. Para nosotros es todo. Creo que él, Don Vázquez Montalbán, le tenía un profundo respeto al lector. Creo que se cuestionaba qué escribir, por qué y contra qué, y que trasladaba esas preguntas a la lectura: qué se lee, por qué y contra qué. Y creo que, como escritor, no les expropió las respuestas a sus lectores. Contradiciendo el título de uno de sus libros, no hizo panfletos. Por el contrario, hizo de la palabra una ventana, y una y otra vez, en sus escritos, se esmeró en mantenerla limpia y transparente. Fuera de en los neoliberales, la palabra suele concitar respeto entre quienes la enfrentan, es decir, los que las hablan y escriben, y los que las leen y escuchan. Si alguien me pidiera un ejemplo que sintetizara la resistencia de la humanidad frente a la guerra neoliberal, diría que la palabra. Y agregaría que una de sus trincheras más empecinadas, y afortunadas, es el libro. Aunque, claro, es una trinchera muy otra porque se parece extraordinariamente a un puente. Porque quien escribe un libro y quien lo lee no hacen sino cruzar un puente. Y el cruzar puentes, viene en cualquier manual de antropología que se respete, es una de las características del ser humano. Ya me despido, pero no quisiera hacerlo sin antes declarar que, si alguien me pidiera una definición de Don Manuel Vázquez Montalbán diría que fue, y es, un puente» (Fragmento de la carta de Marcos enviada al homenaje que se realizó a Vázquez Montalbán el 28 de noviembre de 2004 en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. ).

«El 26 de junio de 2006 en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, en Ciudad de México, Marcos dictó una ponencia titulada «Un diálogo posible sobre la Teoría de la Historia» para presentar la revista Contrahistorias, y en ella incluyó un diálogo ficcional entre Vázquez Montalbán y uno de sus personajes más conocidos, el escarabajo Don Durito. Así comienza este texto: «Donde el Zup aclara que no le consta personalmente lo que aquí se narra, a saber: el diálogo (im) posible entre Don Durito de La Lacandona y Don Manuel Vázquez Montalbán en el que, entre butifarras (ésas sí imposibles), reflexionan a dos voces sobre la teoría de la historia».


Vázquez Montalbán y los viajes a México

«El primer encuentro [con México], en noviembre de 1973, fue poco editorial: uno de aquellos tumultuosos viajes organizados por Bocaccio (la discoteca de la gauche divine, etc.), en un avión cuyos pasajeros tenían como leitmotiv divertirse a tope durante unos diez días, mientras el cuerpo aguantase. Llegamos el Día de Muertos y nos llevaron a un pueblo cercano, asistimos a la apoteosis de lo macabro, tan normal para los nativos. Luego, entre tequila y tequila, en el bar del Hotel del Prado con el famoso mural de Diego Rivera, se planeaban los obligados safaris turísticos: las pirámides, los jardines de Xochimilco, la visita a un cabaret tan cutre y, digamos, buñelesco que hacía palidecer a los más osados de Barcelona, el desmadre de los mariachis en la plaza Garibaldi, el impresionante Museo de Antropología, la bulliciosa explanada del Zócalo frente a la Catedral, la traca final en Acapulco, con el espectáculo a priori kamikaze de los clavadistas de La Quebrada lanzándose desde lo alto de la escarpada a las olas que emergían unos segundos, salvadores, entre las rocas. Entre los viajeros estaban mis amigos Manolo Vázquez Montalbán y el Perich(Jorge Herralde, El optimismo de la voluntad. Experiencias editoriales en América Latina, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 2009).

Folleto promocional del viaje a México narrado por Jorge Herralde, que se corresponde con el primer viaje que realizó Vázquez Montalbán al país latinoaméricano. Font: Toni Vall, Bocaccio. Donde ocurría todo, Destino, Barcelona, 2020, p. 13.

«México es uno de los países más hermosos del mundo, uno de esos países que te deja nostalgia y voluntad de reencuentro. Se lo tengo dicho a Encarna: cuando perdamos la próxima guerra civil (que en esta ocasión duraría tres horas) me exiliaré a Roma o a México. […] Por la artesanía, y no por la artesanía en sí, sino por la artesanía como síntoma de la riqueza visual de un pueblo. También me iría por la geografía. El descenso de México a Cuernavaca con el Popocatepel [sic] de fondo es inimitable. Tasco [sic] creciendo sobre las montañas. Todo el Yucatán, Cozumel, Can Cun [sic], Isla Mujeres. Y me iría por las langostas que te puedes comer en Puerto Vallarta a precios de sardinas de Santurce. […] Me iría a México para poder pasear por los barrios coloniales del Distrito Federal: El Ángel, Coyoacán. Para ponerme morado de margaritas en los bares y de antropología en el museo de la capital. Para poder escuchar en directo a Chavela Vargas. Por muchas cosas que no pertenecen tanto a una posible guía turística, que pertenecen al dominio de la intuición. Intuyo que México podría ser mi segundo país y eso es todo. Lástima que hayan enviado como embajador a coronel de Palma. Me he sentido sustituido. Yo quiero ser embajador en México. […] Me deja Encarna en pleno proceso de huida mental y cuando vuelve a entrar en mi piso yo estoy en la plaza Garibaldi de México D.F. plenamente inmerso en destrucciones, música y tufillo de tacos (Sixto Cámara [Manuel Vázquez Montalbán], «Como México no hay dos»,, Triunfo, 7 de mayo de 1977).

«Las ballenas aún no han llegado o ya se han marchado. Da lo mismo. Durante un tiempo se refugian en el mar de Cortés y ahora buscan su pan y su plancton en otros mares. No en balde en cabo San Lucas el Pacífico ha abierto en las rocas blancas un arco ojival, que los bajo californianos llaman ventana de dos mares. En cabo San Lucas hay pelícanos, leones marinos. Turistas gringos precocinados o precongelados, ya no me acuerdo, y dos señoritas solteras que son de Puebla, como podrían ser de Cuenca, que llevan una Nikkon como si llevaran un abanico, y se ríen, se ríen siempre para que los gringos las perdonen el ser de Puebla, el ser de Cuenca, el ser solteras, el abanico. Acaso la Nikkon. Las señoritas de Puebla, digo de Cuenca, avistan un barco de guerra y me lo abanican, naturalmente con la Nikkon. Un barco de guerra americano, es decir, norteamericano en su bandera y en su cañón de proa; americano a secas en todo lo demás, especialmente en su viento de popa, y mientras las señoritas de Puebla, digo de Cuenca, abanican el centinela con sus fotos risueñas de solteronas en vacaciones, los gringos precongelados o precocinados se ponen firmes pa que sus fotografías sean un himno visual al patrullaje. Baja California está más cerca del dólar que de México DF, y a uno le parece que el barco norteamericano es como un punto de la i de este Finisterre. Las ballenas volverán, según una secreta lógica ya precolombina; los leones marinos huelen a pescados rancios y están en nómina para turistas, como los pelícanos y los barqueros precolombinos, todos indiferentes al color de las banderas y los cañones. Las criollas de Puebla ríen y ríen entre matrimonios gringos que se sonríen (Manuel Vázquez Montalbán, «Las señoritas del abanico», El País, 27 de marzo de 1984. Este texto fue el punto de partida de un cuento homónimo, incluido en Pigmalión y otros relatos [1987], y de los poemas «Finisterre de California…» y «La modernidad adosó un squash…»).

«Finisterre de California/las ballenas se han marchado/ventana de dos mares/cabo San Lucas//tristes gringos precongelados/leones marinos y pelicanos/dos señoritas de Puebla/¿o eran de Cuenca?/mariposean con el abanico/¿o era una Nikon?//fotografían fotografiaron un barco de guerra/norteamericano el cañón de proa/americano el viento de popa//fotografiaron/acariciaron el cañón de proa con el abanico (Manuel Vázquez Montalbán, «Finisterre de California…», poema incluido en Pero el viajero que huye [1990]).

«La modernidad adosó un squash/al viejo panteón de Trotski/su matadero/es ahora un museo esquina Viena/Morelos/Coyoacán México Distrito Federal//de espaldas a la Historia/los jugadores de squash pelean/contra la edad y los excesos/de grasa en la sangre y en los ojos/ajenos/[…] cerca/las cenizas de Trotski y Natalia Sedova/entre arrayanes mirtáceos y flores carnales/de un jardín de aroma insuficiente/se suman en el doble fracaso del amor/y la Historia (Fragmentos de «La modernidad adosó un squash…», poema incluido en Pero el viajero que huye).

«Confieso mi nostalgia por México cuando hay ocasión, y ahora que puedo estar aquí, aunque sea de paso, replanteo mi imaginario mexicano construido a base de revoluciones románticas, escritores fundamentales, Chavela Vargas, Lázaro Cárdenas, diez o doce corridos indispensables para la supervivencia, todos los taibos todos, todos los mestizajes y paisajes y personas de un país precursor del futuro mestizaje universal (transcripción de Manuel Vázquez Montalbán, «México», El País, 15 de febrero de 1999)

«Jorge Negrete estaba muy metido dentro del pecho de los hombres y las mujeres de España. Su machismo era el nuestro, sus bigotes los nuestros, su melancolía viril la nuestra, su espíritu temerario el nuestro. Pocos cantantes han sido tan cantados, pocos han puesto en las gargantas hispanas más y mejores gallos. […] En los concursos radiofónicos que buscaban nuevas figuras, allí aparecía el muchachito pechinchado que, con las manos muy abiertas y la barbilla casi hundida en la nuez, se arrancaba por lo de: Ay, Jalisco, no te rajes. / Me sale del alma gritar con calor. / Abrir todo el pecho pa’ echar este grito / ¡Qué lindo es Jalisco, palabra de honor! Le salía del alma, de los cojones del alma, tal como había sabido expresar Miguel Hernández el lugar donde se refugió el cerebro hispano en una primitiva peregrinación del Cro Magnon. […] Pero nada comparable a aquel grito de afirmación mexicana que vibró de machismo en todos los vasos de las cristalerías de los hogares españoles. Yo soy mexicano, mi tierra es bravía […]. Negrete no hubiera sido nada sin su bigote de gigoló hispánico, sin su mirada un tanto cínica y sin aquella voz que le nacía de la altiplanicie del pecho. Era un cantante muy utilizable, porque llegaba de una de las tierras del mundo donde más refugiados españoles se habían cobijado, donde más y mejores refugiados españoles habían tendido sus colchones y sus redes, en busca del sueño del fugitivo y de la pesca para el hambriento. Por eso aquí tuvo honores de gran jefe criollo recuperado (Manuel Vázquez Montalbán, Crónica sentimental de España, 1970).

«Uno de los principales problemas políticos del nuevo régimen español fue el restablecimiento de los lazos diplomáticos con las naciones latinoamericanas. Gran parte de los exiliados políticos españoles buscaron refugio en las repúblicas de habla hispana y sobre todo en México, donde fueron excelentemente acogidos por el presidente Lázaro Cárdenas. No es de extrañar, pues, que la propaganda oficial se volcara sobre las obras del compositor mexicano Agustín Lara. El compositor rompió personalmente el bloqueo político e inundó el mercado español de excelentes canciones, muchas veces directamente inspiradas por motivos de España: «Madrid» fue la canción más popular durante muchos años y glorificaba la nueva versión de la capital de España construida sobre las ruinas de la resistencia republicana (Manuel Vázquez Montalbán, Cien años de canción y Music Hall, 1974)

«[Chavela Vargas] es quizá la mejor cantante popular de habla castellana, y lo ha conseguido como se consiguen estas cosas: a base de mucho alcohol, memoria y deseo. […] Chavela pertenece a la comunión de horabajeros, grupo de presión irritante que te hace polvo de vez en cuando, sobre todo cuando la noche complica la soledad. Hasta ahora, Chavela es poco conocida en España. Yo escuché por primera vez «Macorina» en 1965. […] ¡Qué canción! Es el mensaje erótico más hermoso de toda la poesía popular. […] Sólo diré que de vez en cuando lo pongo, cuando me quedo sin amores reales o mentales y necesito esa imprescindible dosis de autocompasión para seguir siendo estatua de sal ante las ciudades prohibidas (Sixto Cámara [Manuel Vázquez Montalbán], «Chavela Vargas», Triunfo, 14 de julio de 1973)

«Cuando te encuentre/en el trastero del mundo/Chavela/me mostraré indiscreto/quisiera/saber qué fue de tu Macorina/si supiste qué hacer/de aquel olor a mujer/a mango y a caña nueva//te perdono/las mujeres que me hayas quitado/a cambio de que me cantes/cuerpos prohibidos/calientes como danzones color/canela humedecida por los deseos/[…] la vieja Macorina seguramente mal amada/en los años en los que no fue tuya/ni mía/sino un cuerpo progresivamente absurdo/abandonado por las guitarras y las quejas (Fragmentos de «Ponme la mano aquí», poema incluido en A la sombra de las muchachas sin flor [1973]).


Pepe Carvalho y México

«Mientras esperaba a Parra, Carvalho pensó en otros poetas de raros oficios. Emilio Prados trabajando como vigilante de niños a la hora del recreo en un colegio de su exilio mexicano. O aquel poeta que acabó como maestro de párvulos en Tijuana. Carvalho le conoció en un bar de la frontera tomando tequila con sal tras tequila con sal y, entre vaso y vaso, medio sorbo de agua con bicarbonato.

—Hasta que muera Franco no vuelvo. Es un hecho moral. Y eso que no soy nada. Pero tengo mi orgullo. En las antologías más jóvenes de antes de la guerra yo salgo. Justo Elorzía. ¿No ha leído nada mío? Apenas si he podido moverme para volver a publicar. Del campo de concentración de Argeles a Burdeos, luego el barco, México. Y nada más llegar ya caí en Tijuana. Un puesto de trabajo provisional en una escuela. Provisional. Treinta años, amigo. Treinta años. Cada vez que me ha llegado un rumor de que Franco estaba enfermo o de que estaba a punto de caer, he dejado de afeitarme, he hecho las maletas y no me he cambiado las sábanas de la cama. Para que todo me empujara a marcharme de aquí. Hace unos meses me desesperé. Tengo veinte libros de poemas inéditos, amigo. Bajé a México para hablar con la Exprésate, la de ediciones Era. Yo conozco mucho a Renau, el pintor cartelista. Ahora está en Alemania Oriental. Pues bien, la chica de Era es hermana de un yerno de Renau. Me propusieron hacer una antología. ¿Oye usted? Una antología de libros que nunca se han publicado. Es como matarlos de uno en uno (Manuel Vázquez Montalbán, La soledad del mánager, 1977).

«De las estanterías aún llenas de libros extrajo Las buenas conciencias de Carlos Fuentes, un escritor mexicano al que había conocido casualmente en Nueva York en su etapa de agente de la CIA y le pareció un intelectual que vivía de perfil, al menos saludaba de perfil. Le había dado la mano mientras miraba hacia el oeste. Tan displicente trato lo había recibido Carvalho sin que aquel charro supiera que era de la CIA, conocimiento que al menos habría justificado su actitud por motivos ideológicos. Pero Carlos Fuentes no tenía ningún motivo para tenderle escasamente la mano y seguir mirando hacia el oeste. Estaban en casa de una escritora judía hispanista que se llamaba Bárbara a la que vigilaba por orden del Departamento de Estado, porque se sospechaba que en su casa se preparaba un desembarco clandestino en España para secuestrar a Franco y sustituirlo por Juan Goytisolo. El agregado cultural de la embajada de España le iba indicando con disimulo la ralea del personal que se movía por aquel party. […] Especial interés tenía un escritor español que trataba de convencer a quien quisiera oírle que el mejor plato de la cocina española al lado de cualquier plato de la cocina árabe era una fabada […]. Carvalho redactó un informe para la CIA en el que trataba de demostrar que era gente inofensiva a la que le faltaba cariño, como a casi todo el mundo. O no había sido exactamente así, pero lo cierto es que Carlos Fuentes le había tratado despectivamente sin ningún derecho y su novela le iba a servir como material combustible básico para la fogata que iba a calentarle algo la casa y el alma (Manuel Vázquez Montalbán, La Rosa de Alejandría, 1984).

«—No exagere, jefe. Si se estrella el avión, se perdería mucho más que las fotografías. ¿Ha estado usted en México?

—Sí.

—¿Es un país tan fermo como dicen?

—Es un país hermoso

(Manuel Vázquez Montalbán, «La guerra civil no ha terminado», Historias de política ficción, 1987).

«Al día siguiente algunos estuches se abrieron y permanecieron largo tiempo ante el Muro de las Lamentaciones, registrando la variedad de vestuario de los judíos que iban a lamentarse mediante un parecido ritual de la queja, aunque los había que casi estrellaban sus frentes contra el muro o quienes se limitaban a presionarlo con un occipital prudente. Ante los ojos de la memoria de Carvalho pasaron los mexicanos caminando de rodillas hacia el monasterio de la Virgen de Guadalupe(Manuel Vázquez Montalbán, Milenio Carvalho, 2004).

«Volviendo de Sarnath, cerca del último ghat visitado el día anterior, estaba el restaurante Panikkar, que el biólogo y falso coronel les había aconsejado como uno de los mejores dedicados a la cocina mestiza fruto de la ocupación británica: la cocina del raj. […]

Biscuter, asistes a la comprobación de que los imperios dejan algunas muestras positivas, por ejemplo, en las cocinas. El mole poblano, sin ir más lejos, hubiera sido imposible sin la existencia de virreyes españoles en México. Asimismo, el espléndido aislamiento británico hizo posible una cocina síntesis con la hindú, la cocina del raj» (Manuel Vázquez Montalbán, Milenio Carvalho, 2004).


«Atención a Chiapas. […] La matanza de indígenas a cargo de matarifes paragubernamentales ha justificado el avance del Ejército y una operación de acoso a los zapatistas, ese molesto ruido revolucionario que se interpuso en el mensaje fin de historia perpetrado por el expresidente Salinas y Estados Unidos. Atención a Chiapas porque allí se está jugando el sentido ético de este fin de milenio, como un referente simbólico, como un imaginario, si se quiere, de la esperanza como virtud LAICA» (transcripción de: Manuel Vázquez Montalbán, «Chiapas», El País, 12 de enero de 1998)

Carta del subcomandante insurgente Marcos a Vázquez Montalbán, diciembre de 1997

Entrevista de Vázquez Montalbán a Marcos. La Jornada, 16 de febrero de 2006

«De vuelta a La Realidad emerjo de mi cabaña para comprobar que ha llovido lo suficiente como para elevar vapores tenues de la tierra acalorada y de pronto los vapores se disuelven para que avance desde la más inmediata lejanía un capitán zapatista con su pasamontañas y dos caballos que dependen de una mano tranquila y un caminar de crepúsculo. Me entero pronto de que uno de los caballos es para Guiomar Rovira, otro para mí que jamás monté a caballo y lo nota el capitán, como lo nota el caballo que me mira reservón, para regalarme luego la condición de Indiana Jones, caminos arriba, laderas abajo, a través del riachuelo, perseguidos por un largo tramo por un perro mejor alimentado y por ello más osado, que ha olido los chorizos. Tiro de las riendas cuando no es preciso o las suelto cuando no debiera y el capitán me corrige las ignorancias mientras Guiomar filma y no tengo tiempo para decirle que no lo haga. Todo mi tiempo me lo gasto en calcular cuánto tiempo falta para que termine esta absurda manera de tentar a la ley de la gravedad, sin recordar que estoy entre gentes que han desafiado la ley de la gravedad, como Marcos comentará en un texto más poético que teórico. De pronto un claro de la foresta, Marcos con su pasamontaña y una mujer con el suyo, Mariana, mi compañera, presenta, no le saquéis fotografías, ni la describáis, por favor. Mariana asistirá a mi erróneo proceder de bajar del caballo con la pierna no debida, lo que motivará que Marcos haga de palafrenero hasta el extremo de casi parar mi caída y la mujer enmascarada continuará sonriendo tras la celosía a la entrega de chorizos, turrones y del libro con la sorna enmascarada y el mismo sentido del humor con el que Marcos asumo que es el Dr. Livingstone y yo Stanley» (Manuel Vázquez Montalbán, Marcos: El señor de los espejos, 1999).

«¿Qué impresión me llevo de Marcos? Me parece un compañero de Universidad casi veinte años más joven que yo y veinte años más joven que la izquierda residual de la que yo trato de salir como si fuera un pantano viscoso» (Manuel Vázquez Montalbán, Marcos: El señor de los espejos, 1999).

«En marzo de 2001, Vázquez Montalbán regresó a México como uno de los muchos intelectuales extranjeros que acogieron la llegada a la capital del país de la Marcha de la Dignidad Indígena, realizada por el EZLN. El escritor, además de en otros actos, participó en el Encuentro Intercultural, celebrado el 12 de marzo, en la Villa Olímpica de Ciudad de México, donde pronunció las siguientes palabras al final de su intervención: «El movimiento zapatista mostró, además, para qué sirven los espejos y para qué sirven las máscaras. Los espejos, para abandonar los espejos trucados, que el poder había colocado para engañar o auto engañar, y ofrecer la realidad desnuda de las situaciones sociales tal como estaban. La máscara servía curiosamente para ser vistos. Hasta que este movimiento no puso máscaras en los indígenas no fueron vistos, eran los invisibles explotados. Cuando se pusieron máscaras, fueron vistos y, además, ayudaron a descubrir que el propio poder, económico, político y cultural, llevaba sus propias máscaras. Ante todas estas cuestiones, valorando que estamos en presencia de un movimiento que ha dado comienzo a la cultura de la resistencia del s. XXI, yo ya tengo respuesta a la pregunta que han hecho los cooperantes, a los muchachos y muchachas que han venido a contemplar de cerca qué significa el zapatismo. Ya tengo la respuesta: los extranjeros hemos venido a México a aprender» (Ramón Lopes, El espejo y la máscara. Textos anexos al documental México Ida y Vuelta, Madrid, Ediciones Caracol, 2004, p. 136).

En la Marcha de la Dignidad Indígena, que partió de San Cristóbal de las Casas en febrero de 2001, también estuvo presente Daniel Vázquez Sallés, hijo de Vázquez Montalbán, como periodista. En su libro Recuerdos sin retorno (2013), narró alguno de aquellos momentos compartidos con su padre: «Recuerdo la mañana de nuestro encuentro en un esta- dio de México D. F. Jamás borraré esa sonrisa tuya, se- guida de una frase escueta pero suficiente: “Veo que estás bien”. Yo había recorrido tres mil kilómetros como miembro sin graduación del «zapatour», la movilización encabezada por veintitrés comandantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y el “subcomandante” Marcos. Y a pesar del esfuerzo no exento de peligros, en los que incluyo las amenazas de los paramilitares, mordidas diversas y una venganza de Moctezuma hartamente dolorosa, no llegué a entregarme a los brazos del Sub, posiblemente por la incapacidad de generar en mi organismo las endorfinas de idealismo. Si alguna vez llegué a creer en algo, ya no me acuerdo, y nunca logré ver a Marcos como un faro ideológico. […] Cuando el domingo terminamos la caravana en un Zócalo convertido en un caos con toques cantinfleros, me fui al hotel en que te hospedabas. Cuando llegué, estabas comiendo con Saramago, Pilar, Serrat, Cande- la, Sabina. Me invitasteis a que me sentara a la mesa, pero estaba agotado y me fui a dormir. Por la noche y ante nuestra incapacidad para conciliar el sueño, tú por el jet lag, yo por la comodidad de la cama, empezamos a conversar sobre el viaje y recuerdo que te conté́ con tristeza la experiencia vivida durante la caravana con los comunistas italianos integrados en el movimiento TuttiBianchi. […] El peso que, poco a poco, está ganando la sociedad civil moderna volvió́ a germinar tras muchos años perdida en el limbo durante aquellas cuatro semanas en la que recorrimos México siguiendo los pasos del subcomandante Marcos. Si fuimos turistas revolucionarios, o revolucionarios, o turistas, o viajeros, o pendejos, o ingenuos, o superficiales jugadores de un juego de rol para niños bien, tiene una importancia relativa».

«Don Vázquez Montalbán no era nuestro amigo, era nuestro compañero. «Compañero de viaje», dijo él en uno de sus escritos. «Compañero así nomás», dijimos y decimos nosotros. No sé si eso sea más o menos para él o para ustedes. Para nosotros es todo. Creo que él, Don Vázquez Montalbán, le tenía un profundo respeto al lector. Creo que se cuestionaba qué escribir, por qué y contra qué, y que trasladaba esas preguntas a la lectura: qué se lee, por qué y contra qué. Y creo que, como escritor, no les expropió las respuestas a sus lectores. Contradiciendo el título de uno de sus libros, no hizo panfletos. Por el contrario, hizo de la palabra una ventana, y una y otra vez, en sus escritos, se esmeró en mantenerla limpia y transparente. Fuera de en los neoliberales, la palabra suele concitar respeto entre quienes la enfrentan, es decir, los que las hablan y escriben, y los que las leen y escuchan. Si alguien me pidiera un ejemplo que sintetizara la resistencia de la humanidad frente a la guerra neoliberal, diría que la palabra. Y agregaría que una de sus trincheras más empecinadas, y afortunadas, es el libro. Aunque, claro, es una trinchera muy otra porque se parece extraordinariamente a un puente. Porque quien escribe un libro y quien lo lee no hacen sino cruzar un puente. Y el cruzar puentes, viene en cualquier manual de antropología que se respete, es una de las características del ser humano. Ya me despido, pero no quisiera hacerlo sin antes declarar que, si alguien me pidiera una definición de Don Manuel Vázquez Montalbán diría que fue, y es, un puente» (Fragmento de la carta de Marcos enviada al homenaje que se realizó a Vázquez Montalbán el 28 de noviembre de 2004 en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. ).

«El 26 de junio de 2006 en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, en Ciudad de México, Marcos dictó una ponencia titulada «Un diálogo posible sobre la Teoría de la Historia» para presentar la revista Contrahistorias, y en ella incluyó un diálogo ficcional entre Vázquez Montalbán y uno de sus personajes más conocidos, el escarabajo Don Durito. Así comienza este texto: «Donde el Zup aclara que no le consta personalmente lo que aquí se narra, a saber: el diálogo (im) posible entre Don Durito de La Lacandona y Don Manuel Vázquez Montalbán en el que, entre butifarras (ésas sí imposibles), reflexionan a dos voces sobre la teoría de la historia».

«El primer encuentro [con México], en noviembre de 1973, fue poco editorial: uno de aquellos tumultuosos viajes organizados por Bocaccio (la discoteca de la gauche divine, etc.), en un avión cuyos pasajeros tenían como leitmotiv divertirse a tope durante unos diez días, mientras el cuerpo aguantase. Llegamos el Día de Muertos y nos llevaron a un pueblo cercano, asistimos a la apoteosis de lo macabro, tan normal para los nativos. Luego, entre tequila y tequila, en el bar del Hotel del Prado con el famoso mural de Diego Rivera, se planeaban los obligados safaris turísticos: las pirámides, los jardines de Xochimilco, la visita a un cabaret tan cutre y, digamos, buñelesco que hacía palidecer a los más osados de Barcelona, el desmadre de los mariachis en la plaza Garibaldi, el impresionante Museo de Antropología, la bulliciosa explanada del Zócalo frente a la Catedral, la traca final en Acapulco, con el espectáculo a priori kamikaze de los clavadistas de La Quebrada lanzándose desde lo alto de la escarpada a las olas que emergían unos segundos, salvadores, entre las rocas. Entre los viajeros estaban mis amigos Manolo Vázquez Montalbán y el Perich(Jorge Herralde, El optimismo de la voluntad. Experiencias editoriales en América Latina, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 2009).

Folleto promocional del viaje a México narrado por Jorge Herralde, que se corresponde con el primer viaje que realizó Vázquez Montalbán al país latinoaméricano. Font: Toni Vall, Bocaccio. Donde ocurría todo, Destino, Barcelona, 2020, p. 13.

«México es uno de los países más hermosos del mundo, uno de esos países que te deja nostalgia y voluntad de reencuentro. Se lo tengo dicho a Encarna: cuando perdamos la próxima guerra civil (que en esta ocasión duraría tres horas) me exiliaré a Roma o a México. […] Por la artesanía, y no por la artesanía en sí, sino por la artesanía como síntoma de la riqueza visual de un pueblo. También me iría por la geografía. El descenso de México a Cuernavaca con el Popocatepel [sic] de fondo es inimitable. Tasco [sic] creciendo sobre las montañas. Todo el Yucatán, Cozumel, Can Cun [sic], Isla Mujeres. Y me iría por las langostas que te puedes comer en Puerto Vallarta a precios de sardinas de Santurce. […] Me iría a México para poder pasear por los barrios coloniales del Distrito Federal: El Ángel, Coyoacán. Para ponerme morado de margaritas en los bares y de antropología en el museo de la capital. Para poder escuchar en directo a Chavela Vargas. Por muchas cosas que no pertenecen tanto a una posible guía turística, que pertenecen al dominio de la intuición. Intuyo que México podría ser mi segundo país y eso es todo. Lástima que hayan enviado como embajador a coronel de Palma. Me he sentido sustituido. Yo quiero ser embajador en México. […] Me deja Encarna en pleno proceso de huida mental y cuando vuelve a entrar en mi piso yo estoy en la plaza Garibaldi de México D.F. plenamente inmerso en destrucciones, música y tufillo de tacos (Sixto Cámara [Manuel Vázquez Montalbán], «Como México no hay dos»,, Triunfo, 7 de mayo de 1977).

«Las ballenas aún no han llegado o ya se han marchado. Da lo mismo. Durante un tiempo se refugian en el mar de Cortés y ahora buscan su pan y su plancton en otros mares. No en balde en cabo San Lucas el Pacífico ha abierto en las rocas blancas un arco ojival, que los bajo californianos llaman ventana de dos mares. En cabo San Lucas hay pelícanos, leones marinos. Turistas gringos precocinados o precongelados, ya no me acuerdo, y dos señoritas solteras que son de Puebla, como podrían ser de Cuenca, que llevan una Nikkon como si llevaran un abanico, y se ríen, se ríen siempre para que los gringos las perdonen el ser de Puebla, el ser de Cuenca, el ser solteras, el abanico. Acaso la Nikkon. Las señoritas de Puebla, digo de Cuenca, avistan un barco de guerra y me lo abanican, naturalmente con la Nikkon. Un barco de guerra americano, es decir, norteamericano en su bandera y en su cañón de proa; americano a secas en todo lo demás, especialmente en su viento de popa, y mientras las señoritas de Puebla, digo de Cuenca, abanican el centinela con sus fotos risueñas de solteronas en vacaciones, los gringos precongelados o precocinados se ponen firmes pa que sus fotografías sean un himno visual al patrullaje. Baja California está más cerca del dólar que de México DF, y a uno le parece que el barco norteamericano es como un punto de la i de este Finisterre. Las ballenas volverán, según una secreta lógica ya precolombina; los leones marinos huelen a pescados rancios y están en nómina para turistas, como los pelícanos y los barqueros precolombinos, todos indiferentes al color de las banderas y los cañones. Las criollas de Puebla ríen y ríen entre matrimonios gringos que se sonríen (Manuel Vázquez Montalbán, «Las señoritas del abanico», El País, 27 de marzo de 1984. Este texto fue el punto de partida de un cuento homónimo, incluido en Pigmalión y otros relatos [1987], y de los poemas «Finisterre de California…» y «La modernidad adosó un squash…»).

«Finisterre de California/las ballenas se han marchado/ventana de dos mares/cabo San Lucas//tristes gringos precongelados/leones marinos y pelicanos/dos señoritas de Puebla/¿o eran de Cuenca?/mariposean con el abanico/¿o era una Nikon?//fotografían fotografiaron un barco de guerra/norteamericano el cañón de proa/americano el viento de popa//fotografiaron/acariciaron el cañón de proa con el abanico (Manuel Vázquez Montalbán, «Finisterre de California…», poema incluido en Pero el viajero que huye [1990]).

«La modernidad adosó un squash/al viejo panteón de Trotski/su matadero/es ahora un museo esquina Viena/Morelos/Coyoacán México Distrito Federal//de espaldas a la Historia/los jugadores de squash pelean/contra la edad y los excesos/de grasa en la sangre y en los ojos/ajenos/[…] cerca/las cenizas de Trotski y Natalia Sedova/entre arrayanes mirtáceos y flores carnales/de un jardín de aroma insuficiente/se suman en el doble fracaso del amor/y la Historia (Fragmentos de «La modernidad adosó un squash…», poema incluido en Pero el viajero que huye).

«Confieso mi nostalgia por México cuando hay ocasión, y ahora que puedo estar aquí, aunque sea de paso, replanteo mi imaginario mexicano construido a base de revoluciones románticas, escritores fundamentales, Chavela Vargas, Lázaro Cárdenas, diez o doce corridos indispensables para la supervivencia, todos los taibos todos, todos los mestizajes y paisajes y personas de un país precursor del futuro mestizaje universal (transcripción de Manuel Vázquez Montalbán, «México», El País, 15 de febrero de 1999)

«Jorge Negrete estaba muy metido dentro del pecho de los hombres y las mujeres de España. Su machismo era el nuestro, sus bigotes los nuestros, su melancolía viril la nuestra, su espíritu temerario el nuestro. Pocos cantantes han sido tan cantados, pocos han puesto en las gargantas hispanas más y mejores gallos. […] En los concursos radiofónicos que buscaban nuevas figuras, allí aparecía el muchachito pechinchado que, con las manos muy abiertas y la barbilla casi hundida en la nuez, se arrancaba por lo de: Ay, Jalisco, no te rajes. / Me sale del alma gritar con calor. / Abrir todo el pecho pa’ echar este grito / ¡Qué lindo es Jalisco, palabra de honor! Le salía del alma, de los cojones del alma, tal como había sabido expresar Miguel Hernández el lugar donde se refugió el cerebro hispano en una primitiva peregrinación del Cro Magnon. […] Pero nada comparable a aquel grito de afirmación mexicana que vibró de machismo en todos los vasos de las cristalerías de los hogares españoles. Yo soy mexicano, mi tierra es bravía […]. Negrete no hubiera sido nada sin su bigote de gigoló hispánico, sin su mirada un tanto cínica y sin aquella voz que le nacía de la altiplanicie del pecho. Era un cantante muy utilizable, porque llegaba de una de las tierras del mundo donde más refugiados españoles se habían cobijado, donde más y mejores refugiados españoles habían tendido sus colchones y sus redes, en busca del sueño del fugitivo y de la pesca para el hambriento. Por eso aquí tuvo honores de gran jefe criollo recuperado (Manuel Vázquez Montalbán, Crónica sentimental de España, 1970).

«Uno de los principales problemas políticos del nuevo régimen español fue el restablecimiento de los lazos diplomáticos con las naciones latinoamericanas. Gran parte de los exiliados políticos españoles buscaron refugio en las repúblicas de habla hispana y sobre todo en México, donde fueron excelentemente acogidos por el presidente Lázaro Cárdenas. No es de extrañar, pues, que la propaganda oficial se volcara sobre las obras del compositor mexicano Agustín Lara. El compositor rompió personalmente el bloqueo político e inundó el mercado español de excelentes canciones, muchas veces directamente inspiradas por motivos de España: «Madrid» fue la canción más popular durante muchos años y glorificaba la nueva versión de la capital de España construida sobre las ruinas de la resistencia republicana (Manuel Vázquez Montalbán, Cien años de canción y Music Hall, 1974)

«[Chavela Vargas] es quizá la mejor cantante popular de habla castellana, y lo ha conseguido como se consiguen estas cosas: a base de mucho alcohol, memoria y deseo. […] Chavela pertenece a la comunión de horabajeros, grupo de presión irritante que te hace polvo de vez en cuando, sobre todo cuando la noche complica la soledad. Hasta ahora, Chavela es poco conocida en España. Yo escuché por primera vez «Macorina» en 1965. […] ¡Qué canción! Es el mensaje erótico más hermoso de toda la poesía popular. […] Sólo diré que de vez en cuando lo pongo, cuando me quedo sin amores reales o mentales y necesito esa imprescindible dosis de autocompasión para seguir siendo estatua de sal ante las ciudades prohibidas (Sixto Cámara [Manuel Vázquez Montalbán], «Chavela Vargas», Triunfo, 14 de julio de 1973)

«Cuando te encuentre/en el trastero del mundo/Chavela/me mostraré indiscreto/quisiera/saber qué fue de tu Macorina/si supiste qué hacer/de aquel olor a mujer/a mango y a caña nueva//te perdono/las mujeres que me hayas quitado/a cambio de que me cantes/cuerpos prohibidos/calientes como danzones color/canela humedecida por los deseos/[…] la vieja Macorina seguramente mal amada/en los años en los que no fue tuya/ni mía/sino un cuerpo progresivamente absurdo/abandonado por las guitarras y las quejas (Fragmentos de «Ponme la mano aquí», poema incluido en A la sombra de las muchachas sin flor [1973]).

«Mientras esperaba a Parra, Carvalho pensó en otros poetas de raros oficios. Emilio Prados trabajando como vigilante de niños a la hora del recreo en un colegio de su exilio mexicano. O aquel poeta que acabó como maestro de párvulos en Tijuana. Carvalho le conoció en un bar de la frontera tomando tequila con sal tras tequila con sal y, entre vaso y vaso, medio sorbo de agua con bicarbonato.

—Hasta que muera Franco no vuelvo. Es un hecho moral. Y eso que no soy nada. Pero tengo mi orgullo. En las antologías más jóvenes de antes de la guerra yo salgo. Justo Elorzía. ¿No ha leído nada mío? Apenas si he podido moverme para volver a publicar. Del campo de concentración de Argeles a Burdeos, luego el barco, México. Y nada más llegar ya caí en Tijuana. Un puesto de trabajo provisional en una escuela. Provisional. Treinta años, amigo. Treinta años. Cada vez que me ha llegado un rumor de que Franco estaba enfermo o de que estaba a punto de caer, he dejado de afeitarme, he hecho las maletas y no me he cambiado las sábanas de la cama. Para que todo me empujara a marcharme de aquí. Hace unos meses me desesperé. Tengo veinte libros de poemas inéditos, amigo. Bajé a México para hablar con la Exprésate, la de ediciones Era. Yo conozco mucho a Renau, el pintor cartelista. Ahora está en Alemania Oriental. Pues bien, la chica de Era es hermana de un yerno de Renau. Me propusieron hacer una antología. ¿Oye usted? Una antología de libros que nunca se han publicado. Es como matarlos de uno en uno (Manuel Vázquez Montalbán, La soledad del mánager, 1977).

«De las estanterías aún llenas de libros extrajo Las buenas conciencias de Carlos Fuentes, un escritor mexicano al que había conocido casualmente en Nueva York en su etapa de agente de la CIA y le pareció un intelectual que vivía de perfil, al menos saludaba de perfil. Le había dado la mano mientras miraba hacia el oeste. Tan displicente trato lo había recibido Carvalho sin que aquel charro supiera que era de la CIA, conocimiento que al menos habría justificado su actitud por motivos ideológicos. Pero Carlos Fuentes no tenía ningún motivo para tenderle escasamente la mano y seguir mirando hacia el oeste. Estaban en casa de una escritora judía hispanista que se llamaba Bárbara a la que vigilaba por orden del Departamento de Estado, porque se sospechaba que en su casa se preparaba un desembarco clandestino en España para secuestrar a Franco y sustituirlo por Juan Goytisolo. El agregado cultural de la embajada de España le iba indicando con disimulo la ralea del personal que se movía por aquel party. […] Especial interés tenía un escritor español que trataba de convencer a quien quisiera oírle que el mejor plato de la cocina española al lado de cualquier plato de la cocina árabe era una fabada […]. Carvalho redactó un informe para la CIA en el que trataba de demostrar que era gente inofensiva a la que le faltaba cariño, como a casi todo el mundo. O no había sido exactamente así, pero lo cierto es que Carlos Fuentes le había tratado despectivamente sin ningún derecho y su novela le iba a servir como material combustible básico para la fogata que iba a calentarle algo la casa y el alma (Manuel Vázquez Montalbán, La Rosa de Alejandría, 1984).

«—No exagere, jefe. Si se estrella el avión, se perdería mucho más que las fotografías. ¿Ha estado usted en México?

—Sí.

—¿Es un país tan fermo como dicen?

—Es un país hermoso

(Manuel Vázquez Montalbán, «La guerra civil no ha terminado», Historias de política ficción, 1987).

«Al día siguiente algunos estuches se abrieron y permanecieron largo tiempo ante el Muro de las Lamentaciones, registrando la variedad de vestuario de los judíos que iban a lamentarse mediante un parecido ritual de la queja, aunque los había que casi estrellaban sus frentes contra el muro o quienes se limitaban a presionarlo con un occipital prudente. Ante los ojos de la memoria de Carvalho pasaron los mexicanos caminando de rodillas hacia el monasterio de la Virgen de Guadalupe(Manuel Vázquez Montalbán, Milenio Carvalho, 2004).

«Volviendo de Sarnath, cerca del último ghat visitado el día anterior, estaba el restaurante Panikkar, que el biólogo y falso coronel les había aconsejado como uno de los mejores dedicados a la cocina mestiza fruto de la ocupación británica: la cocina del raj. […]

Biscuter, asistes a la comprobación de que los imperios dejan algunas muestras positivas, por ejemplo, en las cocinas. El mole poblano, sin ir más lejos, hubiera sido imposible sin la existencia de virreyes españoles en México. Asimismo, el espléndido aislamiento británico hizo posible una cocina síntesis con la hindú, la cocina del raj» (Manuel Vázquez Montalbán, Milenio Carvalho, 2004).