Memoria
Texto y selección de contenidos: José Colmeiro
La ética de la resistencia
La memoria —individual, colectiva, histórica— es un elemento fundamental del pensamiento y de la escritura de MVM que se puede decir atraviesa y vertebra la totalidad de su obra en todos los variados géneros que cultivó, empezando con la poesía (cuya primera recopilación lleva el titulo Memoria y deseo), el periodismo y el ensayo (tanto sus “crónicas sentimentales” como sus ensayos sobre Pasionaria, Franco), y sus novelas, especialmente la trilogía de la “ética de la resistencia”, anclada en un proyecto de recuperación de la memoria colectiva. Sus escritos se pueden entender como una serie de “mensajes de náufrago dentro de una botella a la posteridad” (El pianista).
De hecho, se puede decir que MVM, en su obra como escritor, así como en su vida pública a través de los medios de comunicación, fue uno de los pioneros en el proyecto de recuperación de la memoria histórica en España desde los primeros años de la Transición, a la que siempre denominó un “pacto entre caballeros” para olvidar el pasado, que se acabaría codificando como el “pacto del olvido” o el “pacto de silencio”. Igualmente se esforzó por escarbar en la memoria de la opresión y el terrorismo de estado en Latinoamérica. Su obra fue un continuo intento de revitalizar la memoria como una forma de resistencia frente al poder, para ayudar a entender mejor las condiciones del presente, y la posibilidad de construir futuros alternativos.
Selección de textos
«¿Por qué era importante la recuperación de la memoria para la construcción de esta ciudad democrática? Porque una de las claves de la duradera victoria de Franco y de su duradera instalación en el poder fue la destrucción de todo lo que había significado la vanguardia crítica del país y la anulación de la memoria de su paso por la historia y la cultura. Hay que sumar los muertos reales de la guerra civil, los represaliados en la posguerra, los fugitivos, los exiliados y los topos —no solo el que se escondía en su casa, sino el topo que renunciaba a su identidad y que perdía incluso la memoria. Estaba prohibida la memoria del vencido, dentro de una operación cultural de desidentificación del antagonista. (…)
En todo ejercicio cultural hay una continuada propuesta y tensión entre memoria y deseo. La memoria es esa novela que todos nos contamos a nosotros mismos con ayuda de los demás y que la mayoría no pone por escrito, aunque muchas veces se proclame: ¡Si yo le contara, podría usted escribir una novela! Allí está sepultado lo que creemos saber sobre nosotros mismos y los demás. Memoria personal y memoria colectiva.»
Perfils Catalans: Manuel Vázquez Montalbán (en catalán con subtítulos en castellano). Tranquilo produccions per a TVE, 26 min. 1: 15-7: 25.
Ciclo «El intelectual y su memoria»: Manuel Vázquez Montalbán. Universidad de Granada. 5:05-8:30.
Capítulo 1: Los años cuarenta»
Y la vio muerta en el río,/como el agua la llevaba,/¡ay, corazón, parecía una rosa!,/¡ay, corazón, una rosa mu blanca!/(Canción de consumo que cantaba Conchita Piquer)
«Llevaban extraños abrigos con mucha hombrera, mucha solapa, mucho peso, sobre no menos extraños cuerpos, con mucho hueso o mucha grasa, mucho bigote o mucho pecho. Hablaban mucho. Callaban mucho. Pero por encima de todo trataban de olvidar todo lo que podían, y el derecho a la supervivencia de sus razones para sobrevivir era la mejor terapéutica automática que podían aplicarse. En verano, en los barrios populares, era muy posible verles en camiseta; gastada camiseta sin mangas, transparente de lavadas, incluso con ventanas-agujeros abiertas al tacaño aire fresco. Hablaban de la guerra, de lo que hicieron y no hicieron en la guerra, hablaban de la presente y corriente Segunda Guerra Mundial, de lo que hacían y de lo que harían los vencedores en la guerra. Hablaban de Manolete, de Pepe Luis Vázquez, de Amparo Rivelles, de Lina Yegros, de Indalecio Prieto, de Roosevelt, de Rommel, de la Pasionaria… Hablaban del hermano que tenían en Francia, en México o muy bien empleado en el Banco Español de Crédito. Cantaban. Cantaban canciones de lenta y larga moda, aún no abierto el apetito voraz de “disc-jockey”. Pasodobles… Suspiros de España… o aquella canción:
Yo tenía veinte años/y él me doblaba la edad,/en sus sienes había noches/y en las mías clariá./Y en la escuela los niños recitaban de corrido:/España es la patria mía/y la patria de mi raza./Miras hacia el Nuevo Mundo,/al viejo vuelves la espalda.
En 1939 un negro cubano y cantante llegó a España sin saber que iba a ser la voz de la trivialidad como válvula de escape de un pueblo; una trivialidad que, precisamente en 1939, tenía aire triste de nocturno.
Cuando silenciosa, la noche misteriosa/inunda con su manto la ciudad,/el eco de tu voz me llama junto a ti/y yo no hago más que recordar.
Esta fue la primera canción que Antonio Machín voceó. Su eco sobrevive sobre aquellas gentes náufragas, que en las colas ejercitaban el loable empeño de la supervivencia.
El pasado me atormenta, qué lejos estás de mÍ…
… proseguía la canción de Antonio Machín, como un paisaje; aquella melodía servía para una despedida (cualquier melodía sirve para una despedida) y, en efecto, a algo se estaba diciendo adiós cotidianamente. Algo moría día a día en cada español de los nacientes años cuarenta: la sonrisa de la victoria, la fe, la esperanza… y sobre todos quedaba una macabra divisa de supervivencia.»
«No se orientaba el pianista, ni escuchaba los intentos de Andrés por situarle en el centro de sus cuatro puntos cardinales.
—Aunque supongo que usted, don Alberto, estará de paso; en cuanto consiga un piano y rehaga su vida, de esta calle si la he visto no me acuerdo. Y a mí me pasa casi lo mismo, aunque yo estoy aquí desde niño, en esta casa murió mi padre, nació mi sobrino, he vivido los mejores y los peores años de nuestra vida, conozco a los vecinos, casi todos han perdido la guerra y llevan la posguerra a cuestas como un muerto. Cuando estaba en el campo de concentración creía oler la bacallaneria, el aroma del bacalao seco a remojo, de las aceitunas picantes en las palanganas con los ajos, el limón, las hierbas, el pimentón o la herboristería, hierba luisa y manzanilla, o el Rápido, olor a cuero, tacones de goma, la lechería, la panadería, la taberna entre vino y vinagre; hasta añoraba el olor de los pulidores de metales o del esparto de la alpargatería de la esquina. Antes de la guerra a la taberna venía a veces el Musclaire, un cantante aficionado con muchas facultades que llegó a debutar en el Liceo; tenía mucha voz, como Lázaro, pero la perdió de tanto beber. El Musclaire cantaba horas y horas y la gente desde los balcones le pedía canciones y él venga a cantar. En estos barrios la gente siempre está en el balcón para ver lo poco que pasa por sus calles y lo adornan como un anticipo del jardín deseado: geranios, clavelinas, esparragueras, lo que crece en estas calles poco soleadas, y bajan al paso de los percherones a cogerles boñigas para abonar la tierra de las macetas. Mi madre lo ha dicho mil veces: a donde vaya yo, irán mis plantas, menos al cementerio. ¿Conoce usted a la carbonera? Es una mujer oscura y despeinada que despacha arrobas de carbón casi en el portal de enfrente al nuestro. Su hija estudia o ya es enfermera. Si les oyes hablar a los unos de los otros escuchará muchas críticas, mezquinas opiniones de unas vidas pequeñas, pero se reconocen cuando se ven por la calle, en las tiendas, en los balcones, y se sienten seguros los unos de los otros, como te tranquiliza el regresar a casa o a un paisaje que también te conoce a ti. Y todos sabemos que tenemos siempre un pie en el cuello, qué pie no importa, y basta ver la cantidad de generosidad que aún les queda. Por las mañanas esta calle se llena de viejecillos que apenas pueden arrastrar la pianola o de cantantes que dan pena y cantan canciones en catalán, si no hay guardias cerca o viene el Machaquito, el Machaquito pinchaúvas, el gitano que arregla los paraguas baratitos, como él mismo dice, con todos sus churumbeles, y de estos balcones empieza a caer una lluvia de calderilla, de monedas de níquel de diez céntimos. Me gustaría saber escribir como Vargas Vila o Fernández Flórez o Blasco Ibáñez para contar todo esto, porque nadie lo contará nunca y esta gente se morirá cuando se muera, no sé si usted lo habrá pensado alguna vez. Saber expresarse, saber poner por escrito lo que uno piensa y siente es como poder enviar mensajes de náufrago dentro de una botella a la posteridad. Cada barrio debería tener un poeta y un cronista, al menos, para que dentro de muchos años, en unos museos especiales, las gentes pudieran revivir por medio de la memoria.»
«¿Cómo es posible que nos digan que Galíndez no interesa cuando acaba de publicarse un trabajo de Manuel de Dios Unanue, editado en Nueva York además, por una tal Editorial Cupre, situada en 123-60 83 Ave. Suite 5 F, Kew Gardens, NY 11415, e impreso en República Dominicana, supongo que porque les sale más barato? Sospecho que el estudio de Unanue habrá sido ignorado, pero es el inventario más completo que se ha hecho hasta la fecha del caso Galíndez, desde la perspectiva, todavía confusa, de que fue un agente anticomunista al servicio del FBI y de la CIA, tanto como un agente de los nacionalistas vascos. Del libro de Unanue se desprende que el caso Galíndez está vivo, como vivos están los testimonios más interesantes que se construyeron para “explicar” su desaparición, tanto el informe Porter como el siniestro informe Ernst. Es cierto que de Galíndez no se habla, sorprendentemente, ni siquiera en España después de la muerte de Franco y la llegada de la democracia, y eso sí se integra dentro de esa tesis sobre la ética posmoderna que me piden esos hijos de puta, y perdona que se me haya contagiado la sanísima costumbre española de emplear tacos. ¿Acaso el olvido de Galíndez no es consecuencia de esa voluntad de ahistoricismo que lo invade todo, que quiere librarse de la sanción moral de lo histórico? En el País Vasco el olvido de Galíndez obedece a la incomodidad de su gestión real como correa de transmisión del dinero que iba del Departamento de Estado al PNV o del dinero que recaudaba el PNV entre círculos norteamericanos y latinoamericanos simpatizantes. También a la todavía hoy confusa relación de Galíndez con el FBI y la CIA, desde la etapa de Santo Domingo, aunque este extremo lo veo cada vez más claro y Galíndez no hizo otra cosa que aceptar disciplinadamente los consejos de Aguirre. Tal vez tú no llegues a saber quién era Aguirre, pero sabes quién es Reagan y sabes que es impensable por ejemplo que North se metiera en el Irangate sin que lo supiera Reagan, ¿o me equivoco? Pero que Galíndez sea discretamente omitido no resta valor a su ejemplaridad, más aún, la aumenta. ¿Por qué no se quiere recuperar a Galíndez? ¿No ha habido recientemente en toda América Latina suficientes casos de brutalidad, de terrorismo de Estado, para pensar que eso no es arqueología?»
«Siempre he considerado que los médicos en los hospitales deberían acoplarse a una organización militar y así como en el ejército hay una escuadra, un pelotón, una sección y una compañía, en los hospitales deberían existir agrupaciones equivalentes según una estructura piramidal de poder que culminara en el jefe de cada departamento. Estas observaciones las había yo elucubrado a lo largo de toda la vida, pero últimamente las había reactualizado con motivo de mi hospitalización. Durante todas las vacaciones Pozuelo estuvo a mi lado, vigiló mis jugadas de golf, mis paseos y se abstuvo de intervenir, ni siquiera de opinar, sobre los hechos políticos que se sucedían. Tenía oído finísimo para todo lo que concernía a mi salud y un oído cerrado para todo lo que concernía a la política. Cualquier comparación con Vicente que ejercía de falangista y de gironiano desde que se levantaba hasta que se acostaba era imposible y en el fondo yo me sentía relajado. También se debe a él que yo empezara a redactar unas memorias, aunque mantuve en secreto que desde hacía algunos años yo forcejeaba con esta autobiografía. Yo fingí como si me viniera de nuevo la necesidad de redactarlas, consciente del poco tiempo que me queda y es cierto que las generaciones del futuro merecen conocer mi vida y mi gigantesca obra, gigantesca gracias a la Divina Providencia, a través de mi memoria y no de la de mis enemigos. Es cierto que el procedimiento de Pozuelo para motivarme despertó alguna suspicacia en mi entorno, incluido el familiar, a pesar de que el doctor buscó un escrupuloso sistema de control para que lo que yo dictaba al magnetofón fuera transcrito por persona de confianza y depositados los originales en una caja fuerte. El doctor me trajo biografías de la reina Victoria de Inglaterra, Napoleón, un médico alemán, para que me sirvieran de pauta y él mismo me redactó un índice vertebrador de mi vida muy acertado que de hecho no difiere del que yo mismo había establecido completado con mi hoja de servicios tal como figura en mi expediente militar, un índice bibliográfico de discurso y otro sobre la guerra civil. Finalmente empecé a dictar, la propia esposa de Pozuelo pasaba a máquina mis grabaciones, yo las corregía y las guardaba. Así hicimos hasta cuatro grabaciones que llegaban hasta mi ingreso en los Regulares, pero recibí presiones para no continuar, porque con todas las precauciones tomadas había fisuras y un día u otro algo saldría de aquellas confesiones. Por eso di largas al asunto para no ofender al bueno de Pozuelo y en secreto continué la redacción de este memorándum que os ofrezco, juventudes de España, dictado por el temor a que algún día os pueda llegar un retrato injusto de mi vida y mi obra que sería también un retrato injusto de España.»
Usted había seguido de reojo y reoído el proceso contra Luciano Rincón, firmante con el seudónimo Luis Ramírez de Francisco Franco: Historia de un mesianismo. Publicado en El Ruedo Ibérico, editorial exiliada en París, era el primer intento de interpretación de su psicopatología de poder. Publicado en 1964, se tardó en identificar al autor, procesarlo, pero se le condenó a seis años de cárcel, mientras usted seguía imaginando de reojo y reoído aquel libro que era un aviso de destrucción de su memoria. ¿Sabe cómo terminaba aquel libro, todavía bajo la impresión del asesinato de Grimau?:«Franco ha convertido a España en una torre de Babel en la que a los únicos que se entiende es a los que no hablan: los muertos.» Usted por una parte temía la prueba de la escritura y recordar con demasiada precisión hechos que en su ancianidad podían conmoverle, como esas escenas de películas que le hacían daño y ya no se atrevía a contemplar. Pero, ¿cuántos Luis Ramírez esperaban agazapados a que usted se muriera para derribarlo de los pedestales de la memoria?»
«Definitivamente nada quedó de abril»
«DEFINITIVAMENTE NADA QUEDÓ DE ABRIL/pobre Rosa de Abril el mes más cruel/dibujada de muerte -hipótesis de la muerte-/entre mis manos tu rostro frío confirmaba/el silencio al que llevas mi memoria/memoria de mi infancia y tu posguerra/tu juventud agredida por los perros de la Historia/mi juventud agresora de tu instinto de vida/roja Rosa/de Abril el mes más cruel engendra/deseos sobre la tierra muerta mezcla/memoria y deseo mientras destruye abriles/que fueran promesa de eternidad/pero el viajero/que huye tarde o temprano detiene su andar/cuando la hipótesis del rostro de la muerte/se concreta en los límites de la primera/patria/el país pequeño de tu cuerpo reticulado/como fotografía sumergida en el recuerdo/de una mañana de abril -¿o fue una tarde?-/de la que nunca hubieras merecido regresar/huir en pos de una teoría de la huida/volver a tiempo de cuestionar el dibujo/ de la muerte/si sólo fuera papel amarillo/carcoma dulce de consola/óxido blanco de saxofón/de plomo/o aventura imaginaria más allá/de los puntos cardinales gentes/disfrazadas de carnaval moarés/malvas comidos por mariposas/nocturnas/si fuera espantapeces garabato/en la página en blanco de mares/sin fondo donde anclar miedo y olvido/si fuera una payasa o un payaso/cuatro payasos disfrazados de fugitivos/podrida frontera de la piel insuficiente/si fuera espuma de rostros hundidos.»
«EL DIBUJANTE HABRÍA ACERTADO EL ROSTRO/DE LA MUERTE/pero eres tú rota Rosa de Abril/la que contesta la soledad moral de las estrellas/la que confirma el desenlace infeliz de las huidas/la que se lleva mi memoria me deja los deseos/a la deriva sobre los mares opacos del invierno/islas de quimera desde las que ya nunca/recibirás mis excusas escritas/entre dos cansancios/definitivamente nada quedó de abril/su sombra era tu sombra/mi viaje terminaba en tu muerte/pobre rosa de abril el mes más cruel/miente Historia miente la Vida/para otros ya/la memoria y el deseo inútiles tus manos/para reconocer mis rostros sumergidos/nunca/mas te dejaré en tu rincón de madera/viajarás conmigo hasta mi muerte/rota rosa de abril ensimismada/como un abecedario de recuerdos deshojados/por la implacable lógica de los calendarios/entre las páginas de todo cuanto he escrito/los vencidos futuros encontrarán tu sombra/desdibujada en la usura mezquina/las palabras/incapaces de ser silencio grito dibujo/aproximado del rostro de la muerte/nada/nada quedó de abril siquiera el derecho/a su añoranza.»
«La inutilidad de la historia como instrumento de enseñanza y de conocimiento de cara al presente ha sido una de las confabulaciones teóricas e ideológicas más constantes y utilizadas en las dos últimas décadas. Se desacredita al mismo tiempo la memoria y la utopía, y no se trata de dos polos antagónicos; el negar lo uno y lo otro tiene una misma intención. El descrédito de la memoria significa que es innecesario recordar las causas de los actuales efectos. Lo importante son los efectos. Plantearse el problema de por qué el mundo esta mal hecho o por qué hay desorden. ¿Por qué hay marroquíes que se ahogan en el estrecho de Gibraltar tratando de llegar a Europa? ¿Por qué hay somalíes que se mueren de hambre y se movilizan los ejércitos del Norte para llevarles bocadillos? O ¿por qué se ha llegado a esta división flagrante entre un pequeño reducto de sociedades abiertas popperianas y una inmensa mayoría de sociedades estratificadas y cerradas a cal y canto? Plantear el porque de estos efectos implicaría encontrar una culpabilidad histórica a las causas que los han provocado. No interesa ni la memoria ni el papel de la historia, ni tampoco la utopía, porque en nombre de un futuro imperfecto desvela las imperfecciones del presente y porque en su nombre se han cometido muchísimas ferocidades, muchísimas agresiones.»
«No está lejos físicamente la plaza de Mayo y su noria de madres, pero emocionalmente parece en los antípodas de estas señoras apacibles que conversan a sorbos de café o de chocolate. Carvalho quisiera presentir el clima de reivindicación de más abajo, en el tramo de la plaza que aborda la Casa Rosada. Pero entre la noble ebanistería perfumada por excelentes cafés, aguardientes, reposterías y helados, la Historia no tiene nada que hacer, y hombres y mujeres parecen, como siempre, simples tratantes de sus vidas o sus mercancías. – A pocos metros unas madres reclaman a sus hijos muertos y aquí nadie les hace ni caso. – Y afuera muy poca gente. Alma parece desorientada por la sorpresa de Carvalho. – Individualmente tendemos a olvidar lo malo que hicimos o lo que nos pasó. ¿Por qué no colectivamente? – A veces me salen ramalazos de ingenuo colegial resistente. – La ética de la resistencia. Esa morirá con mi generación, y a mi propia generación le queda muy poca. Hay que descender hasta encontrar el piquete circular de las mujeres, con alguna pancarta y sobre la pechera, como trofeos, las fotografías de sus hijos desaparecidos. Algunas pecheras parecen todo un universo de vacíos. Pocos curiosos del lugar, algunos extranjeros con alma de turistas éticos o de simples turistas. Pero dominan a partes iguales la emoción, la curiosidad y la indiferencia, incluso un cierto hastío en bonaerenses molestos por «la mala fama» que la buena memoria histórica reporta a la ciudad. – ¿Han explicado por qué se manifiestan? ¿Acaso ignoran que sus hijos están muertos? Una ráfaga de cólera pasa por los ojos de Alma. – Si aceptan que están muertos, dejan de ser una acusación contra el sistema. Si aceptan dinero en concepto de indemnización es como si disculparan al sistema. ¿Cuántos cómplices tuvieron los milicos para hacer lo que hicieron? A pesar de todo, esta manifestación de las madres de Mayo ya se convirtió en una atracción turística más. Yo trabajo con las abuelas. Ellas buscan sistemáticamente a los chicos adoptados, secuestrados, vamos, por los milicos, como mi Eva María. Esos chicos existen. No son entelequias. Mi sobrina. Ahora ya debe de tener veinte años. ¿Quién podría reconocerla?
La manifestación está a punto de disolverse. La Bonafini, la madre líder, empuña un megáfono y saca la conclusión política del encuentro: volveremos para que nuestros hijos no se borren de la memoria de infamia. Nos los quitaron vivos. Deben volver vivos. En otros pueblos del mundo otras madres están buscando a sus hijos. La barbarie del sistema no cesa. Carvalho y Alma atraviesan la calle que separa a las manifestantes de la puerta de la Casa Rosada. Carvalho convoca todas las imágenes que tiene almacenadas sobre una de las casas de gobierno más famosas del mundo.»
«¿Por qué era importante la recuperación de la memoria para la construcción de esta ciudad democrática? Porque una de las claves de la duradera victoria de Franco y de su duradera instalación en el poder fue la destrucción de todo lo que había significado la vanguardia crítica del país y la anulación de la memoria de su paso por la historia y la cultura. Hay que sumar los muertos reales de la guerra civil, los represaliados en la posguerra, los fugitivos, los exiliados y los topos —no solo el que se escondía en su casa, sino el topo que renunciaba a su identidad y que perdía incluso la memoria. Estaba prohibida la memoria del vencido, dentro de una operación cultural de desidentificación del antagonista. (…)
En todo ejercicio cultural hay una continuada propuesta y tensión entre memoria y deseo. La memoria es esa novela que todos nos contamos a nosotros mismos con ayuda de los demás y que la mayoría no pone por escrito, aunque muchas veces se proclame: ¡Si yo le contara, podría usted escribir una novela! Allí está sepultado lo que creemos saber sobre nosotros mismos y los demás. Memoria personal y memoria colectiva.»
Perfils Catalans: Manuel Vázquez Montalbán (en catalán con subtítulos en castellano). Tranquilo produccions per a TVE, 26 min. 1: 15-7: 25.
Ciclo «El intelectual y su memoria»: Manuel Vázquez Montalbán. Universidad de Granada. 5:05-8:30.
Capítulo 1: Los años cuarenta»
Y la vio muerta en el río,/como el agua la llevaba,/¡ay, corazón, parecía una rosa!,/¡ay, corazón, una rosa mu blanca!/(Canción de consumo que cantaba Conchita Piquer)
«Llevaban extraños abrigos con mucha hombrera, mucha solapa, mucho peso, sobre no menos extraños cuerpos, con mucho hueso o mucha grasa, mucho bigote o mucho pecho. Hablaban mucho. Callaban mucho. Pero por encima de todo trataban de olvidar todo lo que podían, y el derecho a la supervivencia de sus razones para sobrevivir era la mejor terapéutica automática que podían aplicarse. En verano, en los barrios populares, era muy posible verles en camiseta; gastada camiseta sin mangas, transparente de lavadas, incluso con ventanas-agujeros abiertas al tacaño aire fresco. Hablaban de la guerra, de lo que hicieron y no hicieron en la guerra, hablaban de la presente y corriente Segunda Guerra Mundial, de lo que hacían y de lo que harían los vencedores en la guerra. Hablaban de Manolete, de Pepe Luis Vázquez, de Amparo Rivelles, de Lina Yegros, de Indalecio Prieto, de Roosevelt, de Rommel, de la Pasionaria… Hablaban del hermano que tenían en Francia, en México o muy bien empleado en el Banco Español de Crédito. Cantaban. Cantaban canciones de lenta y larga moda, aún no abierto el apetito voraz de “disc-jockey”. Pasodobles… Suspiros de España… o aquella canción:
Yo tenía veinte años/y él me doblaba la edad,/en sus sienes había noches/y en las mías clariá./Y en la escuela los niños recitaban de corrido:/España es la patria mía/y la patria de mi raza./Miras hacia el Nuevo Mundo,/al viejo vuelves la espalda.
En 1939 un negro cubano y cantante llegó a España sin saber que iba a ser la voz de la trivialidad como válvula de escape de un pueblo; una trivialidad que, precisamente en 1939, tenía aire triste de nocturno.
Cuando silenciosa, la noche misteriosa/inunda con su manto la ciudad,/el eco de tu voz me llama junto a ti/y yo no hago más que recordar.
Esta fue la primera canción que Antonio Machín voceó. Su eco sobrevive sobre aquellas gentes náufragas, que en las colas ejercitaban el loable empeño de la supervivencia.
El pasado me atormenta, qué lejos estás de mÍ…
… proseguía la canción de Antonio Machín, como un paisaje; aquella melodía servía para una despedida (cualquier melodía sirve para una despedida) y, en efecto, a algo se estaba diciendo adiós cotidianamente. Algo moría día a día en cada español de los nacientes años cuarenta: la sonrisa de la victoria, la fe, la esperanza… y sobre todos quedaba una macabra divisa de supervivencia.»
«No se orientaba el pianista, ni escuchaba los intentos de Andrés por situarle en el centro de sus cuatro puntos cardinales.
—Aunque supongo que usted, don Alberto, estará de paso; en cuanto consiga un piano y rehaga su vida, de esta calle si la he visto no me acuerdo. Y a mí me pasa casi lo mismo, aunque yo estoy aquí desde niño, en esta casa murió mi padre, nació mi sobrino, he vivido los mejores y los peores años de nuestra vida, conozco a los vecinos, casi todos han perdido la guerra y llevan la posguerra a cuestas como un muerto. Cuando estaba en el campo de concentración creía oler la bacallaneria, el aroma del bacalao seco a remojo, de las aceitunas picantes en las palanganas con los ajos, el limón, las hierbas, el pimentón o la herboristería, hierba luisa y manzanilla, o el Rápido, olor a cuero, tacones de goma, la lechería, la panadería, la taberna entre vino y vinagre; hasta añoraba el olor de los pulidores de metales o del esparto de la alpargatería de la esquina. Antes de la guerra a la taberna venía a veces el Musclaire, un cantante aficionado con muchas facultades que llegó a debutar en el Liceo; tenía mucha voz, como Lázaro, pero la perdió de tanto beber. El Musclaire cantaba horas y horas y la gente desde los balcones le pedía canciones y él venga a cantar. En estos barrios la gente siempre está en el balcón para ver lo poco que pasa por sus calles y lo adornan como un anticipo del jardín deseado: geranios, clavelinas, esparragueras, lo que crece en estas calles poco soleadas, y bajan al paso de los percherones a cogerles boñigas para abonar la tierra de las macetas. Mi madre lo ha dicho mil veces: a donde vaya yo, irán mis plantas, menos al cementerio. ¿Conoce usted a la carbonera? Es una mujer oscura y despeinada que despacha arrobas de carbón casi en el portal de enfrente al nuestro. Su hija estudia o ya es enfermera. Si les oyes hablar a los unos de los otros escuchará muchas críticas, mezquinas opiniones de unas vidas pequeñas, pero se reconocen cuando se ven por la calle, en las tiendas, en los balcones, y se sienten seguros los unos de los otros, como te tranquiliza el regresar a casa o a un paisaje que también te conoce a ti. Y todos sabemos que tenemos siempre un pie en el cuello, qué pie no importa, y basta ver la cantidad de generosidad que aún les queda. Por las mañanas esta calle se llena de viejecillos que apenas pueden arrastrar la pianola o de cantantes que dan pena y cantan canciones en catalán, si no hay guardias cerca o viene el Machaquito, el Machaquito pinchaúvas, el gitano que arregla los paraguas baratitos, como él mismo dice, con todos sus churumbeles, y de estos balcones empieza a caer una lluvia de calderilla, de monedas de níquel de diez céntimos. Me gustaría saber escribir como Vargas Vila o Fernández Flórez o Blasco Ibáñez para contar todo esto, porque nadie lo contará nunca y esta gente se morirá cuando se muera, no sé si usted lo habrá pensado alguna vez. Saber expresarse, saber poner por escrito lo que uno piensa y siente es como poder enviar mensajes de náufrago dentro de una botella a la posteridad. Cada barrio debería tener un poeta y un cronista, al menos, para que dentro de muchos años, en unos museos especiales, las gentes pudieran revivir por medio de la memoria.»
«¿Cómo es posible que nos digan que Galíndez no interesa cuando acaba de publicarse un trabajo de Manuel de Dios Unanue, editado en Nueva York además, por una tal Editorial Cupre, situada en 123-60 83 Ave. Suite 5 F, Kew Gardens, NY 11415, e impreso en República Dominicana, supongo que porque les sale más barato? Sospecho que el estudio de Unanue habrá sido ignorado, pero es el inventario más completo que se ha hecho hasta la fecha del caso Galíndez, desde la perspectiva, todavía confusa, de que fue un agente anticomunista al servicio del FBI y de la CIA, tanto como un agente de los nacionalistas vascos. Del libro de Unanue se desprende que el caso Galíndez está vivo, como vivos están los testimonios más interesantes que se construyeron para “explicar” su desaparición, tanto el informe Porter como el siniestro informe Ernst. Es cierto que de Galíndez no se habla, sorprendentemente, ni siquiera en España después de la muerte de Franco y la llegada de la democracia, y eso sí se integra dentro de esa tesis sobre la ética posmoderna que me piden esos hijos de puta, y perdona que se me haya contagiado la sanísima costumbre española de emplear tacos. ¿Acaso el olvido de Galíndez no es consecuencia de esa voluntad de ahistoricismo que lo invade todo, que quiere librarse de la sanción moral de lo histórico? En el País Vasco el olvido de Galíndez obedece a la incomodidad de su gestión real como correa de transmisión del dinero que iba del Departamento de Estado al PNV o del dinero que recaudaba el PNV entre círculos norteamericanos y latinoamericanos simpatizantes. También a la todavía hoy confusa relación de Galíndez con el FBI y la CIA, desde la etapa de Santo Domingo, aunque este extremo lo veo cada vez más claro y Galíndez no hizo otra cosa que aceptar disciplinadamente los consejos de Aguirre. Tal vez tú no llegues a saber quién era Aguirre, pero sabes quién es Reagan y sabes que es impensable por ejemplo que North se metiera en el Irangate sin que lo supiera Reagan, ¿o me equivoco? Pero que Galíndez sea discretamente omitido no resta valor a su ejemplaridad, más aún, la aumenta. ¿Por qué no se quiere recuperar a Galíndez? ¿No ha habido recientemente en toda América Latina suficientes casos de brutalidad, de terrorismo de Estado, para pensar que eso no es arqueología?»
«Siempre he considerado que los médicos en los hospitales deberían acoplarse a una organización militar y así como en el ejército hay una escuadra, un pelotón, una sección y una compañía, en los hospitales deberían existir agrupaciones equivalentes según una estructura piramidal de poder que culminara en el jefe de cada departamento. Estas observaciones las había yo elucubrado a lo largo de toda la vida, pero últimamente las había reactualizado con motivo de mi hospitalización. Durante todas las vacaciones Pozuelo estuvo a mi lado, vigiló mis jugadas de golf, mis paseos y se abstuvo de intervenir, ni siquiera de opinar, sobre los hechos políticos que se sucedían. Tenía oído finísimo para todo lo que concernía a mi salud y un oído cerrado para todo lo que concernía a la política. Cualquier comparación con Vicente que ejercía de falangista y de gironiano desde que se levantaba hasta que se acostaba era imposible y en el fondo yo me sentía relajado. También se debe a él que yo empezara a redactar unas memorias, aunque mantuve en secreto que desde hacía algunos años yo forcejeaba con esta autobiografía. Yo fingí como si me viniera de nuevo la necesidad de redactarlas, consciente del poco tiempo que me queda y es cierto que las generaciones del futuro merecen conocer mi vida y mi gigantesca obra, gigantesca gracias a la Divina Providencia, a través de mi memoria y no de la de mis enemigos. Es cierto que el procedimiento de Pozuelo para motivarme despertó alguna suspicacia en mi entorno, incluido el familiar, a pesar de que el doctor buscó un escrupuloso sistema de control para que lo que yo dictaba al magnetofón fuera transcrito por persona de confianza y depositados los originales en una caja fuerte. El doctor me trajo biografías de la reina Victoria de Inglaterra, Napoleón, un médico alemán, para que me sirvieran de pauta y él mismo me redactó un índice vertebrador de mi vida muy acertado que de hecho no difiere del que yo mismo había establecido completado con mi hoja de servicios tal como figura en mi expediente militar, un índice bibliográfico de discurso y otro sobre la guerra civil. Finalmente empecé a dictar, la propia esposa de Pozuelo pasaba a máquina mis grabaciones, yo las corregía y las guardaba. Así hicimos hasta cuatro grabaciones que llegaban hasta mi ingreso en los Regulares, pero recibí presiones para no continuar, porque con todas las precauciones tomadas había fisuras y un día u otro algo saldría de aquellas confesiones. Por eso di largas al asunto para no ofender al bueno de Pozuelo y en secreto continué la redacción de este memorándum que os ofrezco, juventudes de España, dictado por el temor a que algún día os pueda llegar un retrato injusto de mi vida y mi obra que sería también un retrato injusto de España.»
Usted había seguido de reojo y reoído el proceso contra Luciano Rincón, firmante con el seudónimo Luis Ramírez de Francisco Franco: Historia de un mesianismo. Publicado en El Ruedo Ibérico, editorial exiliada en París, era el primer intento de interpretación de su psicopatología de poder. Publicado en 1964, se tardó en identificar al autor, procesarlo, pero se le condenó a seis años de cárcel, mientras usted seguía imaginando de reojo y reoído aquel libro que era un aviso de destrucción de su memoria. ¿Sabe cómo terminaba aquel libro, todavía bajo la impresión del asesinato de Grimau?:«Franco ha convertido a España en una torre de Babel en la que a los únicos que se entiende es a los que no hablan: los muertos.» Usted por una parte temía la prueba de la escritura y recordar con demasiada precisión hechos que en su ancianidad podían conmoverle, como esas escenas de películas que le hacían daño y ya no se atrevía a contemplar. Pero, ¿cuántos Luis Ramírez esperaban agazapados a que usted se muriera para derribarlo de los pedestales de la memoria?»
«Definitivamente nada quedó de abril»
«DEFINITIVAMENTE NADA QUEDÓ DE ABRIL/pobre Rosa de Abril el mes más cruel/dibujada de muerte -hipótesis de la muerte-/entre mis manos tu rostro frío confirmaba/el silencio al que llevas mi memoria/memoria de mi infancia y tu posguerra/tu juventud agredida por los perros de la Historia/mi juventud agresora de tu instinto de vida/roja Rosa/de Abril el mes más cruel engendra/deseos sobre la tierra muerta mezcla/memoria y deseo mientras destruye abriles/que fueran promesa de eternidad/pero el viajero/que huye tarde o temprano detiene su andar/cuando la hipótesis del rostro de la muerte/se concreta en los límites de la primera/patria/el país pequeño de tu cuerpo reticulado/como fotografía sumergida en el recuerdo/de una mañana de abril -¿o fue una tarde?-/de la que nunca hubieras merecido regresar/huir en pos de una teoría de la huida/volver a tiempo de cuestionar el dibujo/ de la muerte/si sólo fuera papel amarillo/carcoma dulce de consola/óxido blanco de saxofón/de plomo/o aventura imaginaria más allá/de los puntos cardinales gentes/disfrazadas de carnaval moarés/malvas comidos por mariposas/nocturnas/si fuera espantapeces garabato/en la página en blanco de mares/sin fondo donde anclar miedo y olvido/si fuera una payasa o un payaso/cuatro payasos disfrazados de fugitivos/podrida frontera de la piel insuficiente/si fuera espuma de rostros hundidos.»
«EL DIBUJANTE HABRÍA ACERTADO EL ROSTRO/DE LA MUERTE/pero eres tú rota Rosa de Abril/la que contesta la soledad moral de las estrellas/la que confirma el desenlace infeliz de las huidas/la que se lleva mi memoria me deja los deseos/a la deriva sobre los mares opacos del invierno/islas de quimera desde las que ya nunca/recibirás mis excusas escritas/entre dos cansancios/definitivamente nada quedó de abril/su sombra era tu sombra/mi viaje terminaba en tu muerte/pobre rosa de abril el mes más cruel/miente Historia miente la Vida/para otros ya/la memoria y el deseo inútiles tus manos/para reconocer mis rostros sumergidos/nunca/mas te dejaré en tu rincón de madera/viajarás conmigo hasta mi muerte/rota rosa de abril ensimismada/como un abecedario de recuerdos deshojados/por la implacable lógica de los calendarios/entre las páginas de todo cuanto he escrito/los vencidos futuros encontrarán tu sombra/desdibujada en la usura mezquina/las palabras/incapaces de ser silencio grito dibujo/aproximado del rostro de la muerte/nada/nada quedó de abril siquiera el derecho/a su añoranza.»
«La inutilidad de la historia como instrumento de enseñanza y de conocimiento de cara al presente ha sido una de las confabulaciones teóricas e ideológicas más constantes y utilizadas en las dos últimas décadas. Se desacredita al mismo tiempo la memoria y la utopía, y no se trata de dos polos antagónicos; el negar lo uno y lo otro tiene una misma intención. El descrédito de la memoria significa que es innecesario recordar las causas de los actuales efectos. Lo importante son los efectos. Plantearse el problema de por qué el mundo esta mal hecho o por qué hay desorden. ¿Por qué hay marroquíes que se ahogan en el estrecho de Gibraltar tratando de llegar a Europa? ¿Por qué hay somalíes que se mueren de hambre y se movilizan los ejércitos del Norte para llevarles bocadillos? O ¿por qué se ha llegado a esta división flagrante entre un pequeño reducto de sociedades abiertas popperianas y una inmensa mayoría de sociedades estratificadas y cerradas a cal y canto? Plantear el porque de estos efectos implicaría encontrar una culpabilidad histórica a las causas que los han provocado. No interesa ni la memoria ni el papel de la historia, ni tampoco la utopía, porque en nombre de un futuro imperfecto desvela las imperfecciones del presente y porque en su nombre se han cometido muchísimas ferocidades, muchísimas agresiones.»
«No está lejos físicamente la plaza de Mayo y su noria de madres, pero emocionalmente parece en los antípodas de estas señoras apacibles que conversan a sorbos de café o de chocolate. Carvalho quisiera presentir el clima de reivindicación de más abajo, en el tramo de la plaza que aborda la Casa Rosada. Pero entre la noble ebanistería perfumada por excelentes cafés, aguardientes, reposterías y helados, la Historia no tiene nada que hacer, y hombres y mujeres parecen, como siempre, simples tratantes de sus vidas o sus mercancías. – A pocos metros unas madres reclaman a sus hijos muertos y aquí nadie les hace ni caso. – Y afuera muy poca gente. Alma parece desorientada por la sorpresa de Carvalho. – Individualmente tendemos a olvidar lo malo que hicimos o lo que nos pasó. ¿Por qué no colectivamente? – A veces me salen ramalazos de ingenuo colegial resistente. – La ética de la resistencia. Esa morirá con mi generación, y a mi propia generación le queda muy poca. Hay que descender hasta encontrar el piquete circular de las mujeres, con alguna pancarta y sobre la pechera, como trofeos, las fotografías de sus hijos desaparecidos. Algunas pecheras parecen todo un universo de vacíos. Pocos curiosos del lugar, algunos extranjeros con alma de turistas éticos o de simples turistas. Pero dominan a partes iguales la emoción, la curiosidad y la indiferencia, incluso un cierto hastío en bonaerenses molestos por «la mala fama» que la buena memoria histórica reporta a la ciudad. – ¿Han explicado por qué se manifiestan? ¿Acaso ignoran que sus hijos están muertos? Una ráfaga de cólera pasa por los ojos de Alma. – Si aceptan que están muertos, dejan de ser una acusación contra el sistema. Si aceptan dinero en concepto de indemnización es como si disculparan al sistema. ¿Cuántos cómplices tuvieron los milicos para hacer lo que hicieron? A pesar de todo, esta manifestación de las madres de Mayo ya se convirtió en una atracción turística más. Yo trabajo con las abuelas. Ellas buscan sistemáticamente a los chicos adoptados, secuestrados, vamos, por los milicos, como mi Eva María. Esos chicos existen. No son entelequias. Mi sobrina. Ahora ya debe de tener veinte años. ¿Quién podría reconocerla?
La manifestación está a punto de disolverse. La Bonafini, la madre líder, empuña un megáfono y saca la conclusión política del encuentro: volveremos para que nuestros hijos no se borren de la memoria de infamia. Nos los quitaron vivos. Deben volver vivos. En otros pueblos del mundo otras madres están buscando a sus hijos. La barbarie del sistema no cesa. Carvalho y Alma atraviesan la calle que separa a las manifestantes de la puerta de la Casa Rosada. Carvalho convoca todas las imágenes que tiene almacenadas sobre una de las casas de gobierno más famosas del mundo.»
Aportaciones
Memoria
Flor de Nit. Dagoll Dagom. Ciutat del desig, ciutat de la memòria (canción).
“Bolero o sobre la recuperación de los barrios históricosen las ciudades con vocación postmoderna.” Relato incluido en Barcelona, un dia. Barcelona: Alfaguara, 1998.
“Sobre la memoria de la oposición antifranquista.” El País (26 octubre 1988): 36.
Entrevista de Leonardo Padura: “Reivindicación de la memoria. Entrevista con Manuel Vázquez Montalbán”, Quimera 106-107 (1991): 47-53.
Marta Beatriz Ferrari, “La ciudad de la memoria. En torno a «Praga» de Manuel Vázquez Montalbán” (PDF)
- Francesc Arroyo. «Entre la vida y la historia». El País Libros (20 de febrer del 1986): 12.
- Francesc Arroyo. «La última narración de Vázquez Montalbán, un paseo por la memoria de la guerra civil». El País (21 de març del 1985): 26.
- Joseba Gabilondo. «Olvidar a Galíndez: Violencia, otredad y memoria histórica en la globalización hispano-atlántica». Manuel Vázquez Montalbán: El compromiso con la memoria. Ed. e Introducción: José F. Colmeiro. Woodbridge. Tamesis (2007), 159-183.
- Luis Martín-Cabrera «El No-Lugar: una lectura transatlántica de la memoria en Galíndez de Manuel Vázquez Montalbán». Revista de estudios hispánicos: 40, 3, (2006), 537-61.
- Anne-Sophie Owczarczak. «Manuel Vázquez Montalbán: La memoria más allá del silencio durante el franquismo» (PDF).
- Mónica Beatriz Musci. «Viajes, exilio y memoria en Milenio de Manuel Vázquez Montalbán».
- Joan Pere Tous. «Canción para después de una guerra: Música popular y memoria cultural en la poesía de Manuel Vázquez Montalbán». Vanguardia española e intermedialidad: Artes escénicas, cine y radio. Ed. Mechthild Albert. Madrid: Iberoamericana-Vervuert (2005), 331-351.
- Wadda C. Rios-Font. «Quinteto de Buenos Aires: La educación sentimental de Pepe Carvalho». MVM. Cuadernos de Estudios Manuel Vázquez Montalbán: 5.1 (2020), 98-126.
- Georges Tyras. «Entre memoria y deseo: La poética de la huida en la obra de Vázquez Montalbán». Manuel Vázquez Montalbán: El compromiso con la memoria. Ed. e Introducción: José F. Colmeiro. Woodbridge. Tamesis (2007), 105-116.
- José María Izquierdo. «Memoria y deseo. La poesía de Manuel Vázquez Montalbán». Romansk Forum: 6 (1997), 47-74.
- José Colmeiro. «Dissonant Voices: Memory and Counter-Memory in Manuel Vazquez Montalban’s Autobiografía del general Franco». Studies in 20th century literatura: 21.2 (1997), 337-360.
- Vernon, Kathleen M. «Memoria histórica y cultura popular: Vázquez Montalbán y la resistencia española». Manuel Vázquez Montalbán: El compromiso con la memoria. Ed. e Introducción: José F. Colmeiro. Woodbridge. Tamesis (2007), 21-33.